

Un grupo de expatriados gallegos trabajan en Arabia Saudí construyendo el AVE de oriente, para estos españoles el único entretenimiento en este país tan anclado a la ley religiosa es el fútbol, y su día a día lo pasan trabajando.
Juan Fornos, encargado en movilizar y tutelar todo el trabajo a pie de vía, resume sus días allí en “trabajar, trabajar y trabajar, aquí no hay ocio.” Aunque para Juan, no hay nada peor que trabajar en la obra en Polonia a 21 grados bajo cero.
El pago de gallegos en el campamento, y en la obra en general, abarca prácticamente todos los sitios de trabajo. Desde la administración, a cargo del pontevedrés, Daniel Valenzuela, al control de calidad. Ahí está el ingeniero orensano Celso Blanco. Como Daniel, es su primera experiencia fuera de España. Aquí vio “una buena oportunidad, económica, y personal”. “Los sueldos son buenos, y el proyecto, atractivo, hacemos un control total de la vía, con los mismos estándares que en Europa, pero en un lugar complicado por las temperaturas, muy altas. Lo peor es a mediodía”, relata.
Celso está al frente de un equipo con otros seis expatriados españoles y personal de Bangladés. Es frecuente advertir esa interrelación. En el taller en el que se han hecho todas las traviesas del recorrido, una apuesta personal de Copasa, que se evitó comprarlas fuera, convive personal vasco, gallego y pakistaní, una de las principales poblaciones emigrantes en Arabia. En ese taller, inmenso y muy robotizado, están Diego Simón, de Leiro (Ourense), José Carlos Posada, de Vigo, y Jesús Estévez, de Salvaterra do Miño (Pontevedra). A los tres les llevó a este lugar del mundo, a 5.000 kilómetros de su casa, una misma situación: la construcción está parada en España y al irse llegan a ganar el triple que en su casa. ”Aquí además todo es ahorro, no gastas”, cuentan. La empresa les proporciona alojamiento, comida y billetes para irse a casa cada 75 días, para tomar aire dos semanas seguidas.
Ninguno de ellos se ha llevado a la familia. Aunque se añore, parece lo más oportuno. “¿Para qué van a venir? Con las restricciones que hay, por ejemplo para las mujeres, poca cosa podrían hacer mi mujer y mi hija, yo trabajo más de doce horas”, explica Juan Fornos. Sí lo ha hecho el jefe de todos ellos, Jaime Díaz, un veterano ingeniero valenciano nacido en La Mancha y con experiencia, entre otras, en obras en Santiago, de donde guarda un grato recuerdo. Él tiene al lado a su mujer y sus dos hijos. Es un caso excepcional; solo comparten esa situación una docena de los más de 200 desplazados.
En el campamento se conocen todos. Y si se duda, basta preguntar a una persona, que te dará los datos precisos: Borja Pombo, criado entre Pontevedra, Sanxenxo y A Coruña. Trabajaba en el Club Financiero herculino cuando le ofrecieron irse a Arabia con la empresa coruñesa Campamentos de Obras Móviles (Como), que se ha especializado en cáterin para expatriados, ya con varios negocios en Arabia. “Nunca había salido de casa para trabajar. No tuve ningún temor cuando llegué y ahora me gusta esto”, explica. Lleva casi dos años y medio y se quedará otro año, o dos, llevando la logística del campamento. El que necesita algo llama a Borja. La suya es la historia de muchos chavales de su generación: dejó los estudios pronto, se puso a trabajar y ahora sabe moverse con soltura por la península Arábiga. El jueves por la noche es de los que se encargan de organizar la parrilla previa al día de descanso semanal, el viernes. Es uno de los momentos de relajación. Ahí, o en el gimnasio, o en el futbolín, o en la cantina, donde no entra el alcohol. Es una base española, pero esto es suelo saudí.
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